Thursday, February 15, 2018

Viaje en TransMilenio

Todo colombiano, aunque no sea de Bogotá, tiene idea de lo que es el TransMilenio. El TransMilenio es un autobús muy largo, al estilo del LAC granadino, que cuenta con carril propio en Bogotá. Hace las veces de metro, ya que en una ciudad de 8 millones de habitantes, no se atisba ni un resquicio de una "M" o una "U" que suele verse en todas las ciudades grandes europeas.

En su lugar tenemos el TransMilenio, que comenzó a circular en el 2000 para inaugurar el nuevo milenio y para dar una alternativa a los pequeños autobuses que aún recorren Bogotá, dando tumbos por las maltratadas calzadas, con sillas carcomidas y, a veces, con personas medio colgando de las puertas porque no hay más espacio en ellos.

Sin embargo, el TransMilenio es mucho más que un medio de transporte. Viajar en TransMilenio supone mirar en un espejo a la sociedad bogotana, con sus virtudes y defectos. 

Cuando me subo a este gigante, sobre todo en hora punta, lo primero de lo que noto (si es que queda espacio para algún pensamiento) es la ingente cantidad de personas que viven en la ciudad. Gente que viene de todas las esquinas de Colombia, en su mayoría de piel color café (un color muy bonito, por cierto), algunos color chocolate y dos o tres como yo que tienen complejo de muñeco de nieve. Son gente que tabaja duro a diario para ganar su salario en pesos colombianos, una moneda en la cual el cambio está a 1 euro - 3500 pesos. Aún así, hasta ahora los colombianos que he conocido son muy amables, familiares y con una cultura de compartir que pocas veces se ve en Europa.

Algo que no falta en el TransMilenio son las personas que usan su creatividad para conseguir algo de "plata". Por ejemplo, un día un señor empezó a hacer preguntas sobre Colombia y a quienes las contestaba correctamente, les regalaba pulseras con la bandera del país. Sólo una mujer recibió una de ellas. A los demás, incultos nosotros, nos las vendió. Hoy se ha subido un señor de la zona de los Llanos orientales cantando con su guitarra y su sombrero "música llanera". Tampoco se me olvidará un predicador afrocolombiano que primero cantó un rap y después dio un discurso muy bonito sobre el amor de Dios. 

Pero también hay momentos en los que la tristeza me invade en el Transmilenio, al escuchar a un venezolano entonando con su guitarra una canción sobre lo duro que fue dejar atrás a su familia, a un padre con su hija menor cantando una canción patriótica colombiana para llegar a fin de mes (práctica que en España es delito por utilizar a menores para la mendicidad), a una pareja de ciegos cantando una canción de amor...

En fin, como digo, los problemas que tiene la sociedad bogotana se reflejan a pequeña escala en este gran autobús. También veo otra característica propia de la ciudad al mirar por la ventana: la desigualdad. Yo trabajo en el norte de la ciudad, la zona más desarrollada, pero vivo cerca del centro, donde las calles con agujeros son pasto para torpes que tropiezan como yo y los cables de la luz se mezclan con las bolsas de basura que los habitantes de calle abren por la noche (suena muy mal, pero os aseguro que es un barrio bonito en comparación con barrios que se encuentran aún más al sur de la ciudad). Así, por las mañanas, conforme el TransMilenio va recorriendo la Carrera 14, veo cómo cada vez hay más parques bonitos, más edificios de viviendas bien cuidados con sus guardas de seguridad privados en la puerta, las calles empiezan a estar mejor asfaltadas y veo cada vez más "gomelos", que así llaman aquí a los pijos, y señores en traje con sus maletines.

Y así es como el TransMilenio se convierte en un laboratorio para sociólogos y curiosos. Si alguna vez visitáis Bogotá, os recomiendo un viajecito. Se aprende mucho.



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